viernes, 1 de junio de 2012

Siempre te estaré agradecida


Foto de Violeta de Lama.

Casi siempre que quedo con N las veo florecer: mientras hablamos de cualquier tema, mientras arreglamos el mundo en una hora, brota una de cada extremo de sus rizos. Soy la única que las ve y que se beneficia de su fragancia tranquilizadora, que borra y disipa mis dudas en una oleada violeta. En nuestra última cita me gritó antes de marcharse: “Inma, ¡organiza la estantería!”. Y, aunque hablaba metafóricamente, decidí tomar al pie de la letra su consejo y me puse a ello al llegar a casa: por algo hay que empezar.


Al llegar al tercer estante, recuperé uno de los libros de Rosa Montero, y de entre la dedicatoria, se escapó una imagen: vi a Chusi y a mí misma tiradas en los escalones de Distrito. Era tercer curso, en pleno ecuador y en plenos exámenes, intentando organizar el desbarajuste de papeles: nuestras preguntas, las que nos había aconsejado la profesora de Redacción y las que nos habían colado los compañeros que habían preferido quedarse en casa a estudiar. No perdimos mucho tiempo en ello (Total, si no va a ser. Total, si es imposible) y enfilamos el Paseo de los Machado buscando entre las casetas y sorteando los charcos. Recuerdo que estaba de un humor de perros, porque no sabía qué hacía allí cuando ya estaba casi decidida en dejarme la carrera y pasarme a Filología Inglesa. Chusi, que me veía barruntar y que también estaba en la cuerda floja, murmuraba:

-Inma, es la mejor entrevistadora de España. Como nos pegue un corte me echo a llorar.

-Sí, señora. Eso o echar a correr, que es más digno.

Ya había conseguido el Nacional de Periodismo y allí la vimos, bastante tranquila, en uno de los puestos del fondo. Nos benefició que todavía era bastante pronto y que el mal tiempo había retrasado las visitas de los lectores.


Le entregué el libro sudado que ahora tengo en casa y “Te trataré como una reina”. Al cogerlo para la firma dijo: “Huye si alguna vez un hombre te dice algo parecido”. Me entró una risa nerviosa (¡Pues empezamos bien!) y ocurrió lo inesperado, porque nos invitó a hablar con ella DENTRO de la caseta. Pasamos la mañana sentadas cada una a su lado, desgranando una conversación, que no una entrevista, hecha a ratos, rara y espontánea, porque nos olvidamos por completo de los papelotes; aunque ella nos iba atendiendo entre firma y firma de los lectores: comentaba aspectos de su vida; qué le parecía la feria; qué pensaba de los otros escritores que estaban esa mañana por allí – Antonio Gala entre otros-y tuvimos que parar la grabadora unas cuantas veces.

Recuerdo que la felicidad me inundaba, que era plenamente consciente de lo que estaba sucediendo y que pensaba: “¡madre!, cuándo lo cuente en casa…” Veía a Chusi sonriendo de oreja a oreja, y otras cosas que no tienen nada que ver con la charla: los pendientes que le he visto en más de una contraportada; su olor y sobre todo, por encima de todo, las manifestaciones de respeto y de cariño que desprendía la gente que se fue arremolinando poco a poco, haciendo cola:


-Rosa, unas palabras para mi hijo, que te sigue desde el principio.

-Rosa, mi madre está en cama hospitalizada. Le haría mucha ilusión…

-Rosa, una foto, por favor.

¡¡Una foto!! Entonces no había cámaras digitales, pero es que ni a una ni a otra se nos ocurrió coger las de carrete. Total, si no va a ser. Total, si es imposible.

Así que sólo tengo los recuerdos que ahora mismo estoy poniendo por escrito. Eso y la cinta grabada que no he vuelto a escuchar; una porque no quiero morirme de la vergüenza. Dos, porque no quiero que se me altere la imagen mental que tengo de aquel día. Antes de marcharnos, nos dio un consejo: “Haced prácticas u os comeréis el título” y se despidió de nosotras diciendo: “No lo habéis hecho mal y esta manera de lanzarse no lo hace cualquiera”.


Así que lo imposible, sucedió. Chusi y yo estuvimos insoportables un mes entero, sintiéndonos las súper-perihostias. Explicándole a quién nos quería escuchar y a quién no también nuestra gran hazaña.

Lo más importante del precioso rato que pasamos con ella fue que involuntariamente, nos convenció de que siguiésemos adelante, de que no arrojásemos la toalla, de que trabajar en comunicación era un camino precioso y de que apostásemos por la sorpresa porque en el fondo nunca se sabe... Fue la primera vez que sentí el efecto que las palabras provoca en los demás. Eso no lo aprendí en los libros y mucho menos en la Universidad: lo hizo ella involuntariamente en aquella mañana de sábado, enseñándome desde la barrera lo que pueden sentir los demás al leer algo bien escrito. Recondujo en unas horas mi carrera y me olvidé de la filología. Por eso, me da igual que escriba un best seller, una recopilación de artículos o un libro infantil. Soy fan entregada total. Siempre he dicho que si se quema la casa, lo primero que salvaría serían sus libros. No soy objetiva, ni quiero serlo.

-N, ya me he vuelto a liar y la estantería sigue hecha un desastre. A ti también te estoy eternamente agradecida por ser, por estar.