miércoles, 26 de octubre de 2011

La vida por un lado y la educación por otro




Mi padre siempre ha dicho que eso de la "democratización de la cultura" era una barbaridad y yo, a su vez, pensaba: "¡Pero qué barbaridad que pienses que es una barbaridad!". Entendía que no estaba de acuerdo con el acceso universal a la cultura; pero es ahora, desde dentro de las aulas en el otro lado, cuando entiendo qué quiere decir. Viva la formación. Viva saltar por encima de las barreras cuando a los chavales les viene cuesta arriba estudiar por problemas de los que nunca son responsables. Viva pasar olímpicamente de la marginación a la que te condena la falta de recursos económicos. ¡Viva!-¡Viva!-¡Viva!...Pero para los que tienen ganas, para los que quieren.


Cuando la posibilidad se convierte en una obligación llegan las tensiones, las trabas, el colapso.


A cierta edad, tan frustrante puede resultar estudiar como no hacerlo. Ojalá no tirasen la toalla a los 16; pero si no hay manera, pero si no quieren, se les debería dejar el camino libre.

Doy clase en un lugar privilegiado, en un centro que es un monumento vivo; en un espacio dónde no entiendo cómo las personas que están dentro no se quedan atónitas ante la belleza. Los robles marcan el paso de las estaciones; a un palmo y desde las alturas puedes ver el arrullo de las palomas; y puedes prescindir del reloj porque el campanario marca las horas puntualmente. Ha sido ayuntamiento, convento franciscano, sede de los primeros gobiernos republicanos y refugio de guerra. ¿Por qué las clases de historia no se dan desde el claustro? ¿Por qué en ciencias no se estudian los árboles centenarios del patio?¿Por qué en latín no se comienza descifrando las inscripciones de la fachada?


Como dice Jose: "En el instituto sólo es necesario aprender a amar la lectura y la regla de tres" -¡Y el sentido común!-¿Cómo se dice esto en latín?¡Mhmmmmm!

domingo, 9 de octubre de 2011

Descubrimiento



Hoy he descubierto un espacio lleno de posibilidades al lado del piset: es un rastro que me emociona porque estos lugares van como anillo al dedo a mi carácter, marcado por una fuerte querencia hacia el desorden y el caos.


Un piano de cola me daba la bienvenida: "¡Mírame!" -decía-"Todavía soy hermoso y soberbio. Entra y encontrarás un mundo de maravillas".


No he podido negarme y he caído de cabeza al estropicio repleto, desbordado y desbordante. Al pasar, escuchaba viejas historias

-"¿Quieres que te cuente qué le ocurrió al niño que tomó conmigo la Primera Comunión?"-me dijo un reloj de pulsera blanquito-.
-"Deberías haber visto a Anna el día que me estrenó"-susurró un vestido apolillado desde un armario entreabierto-. "Estaba preciosa, pero eligió al hombre equivocado..."


Allí y allá escuchaba sus voces. Y al recorrer los estantes, la colección de pipas tosía y carraspeaba; los anillos refulgían; las radios viejas intentaban resintonizarse y las lámparas de cuentas y los platos desportillados suspiraban por recuperar el brillo perdido. Todos intentando llamar la atención. Todos anhelantes por encontrar una nueva utilidad y por narrar a su dueño su pasado.
Al encontrarne con una vieja Olivetti (intacta) he pensado inmediatamente en mi padre y en cómo me dormía escuchando el sonido intermitente del teclado mientras él ponía exámenes hasta bien tarde.
Pero yo no había ido ni a por el piano, ni a por la pipa, ni a pensar en papá; sino a por dos vulgares sillas de plástico playeras para mi flamante terraza de piso de alquiler. Ellas no hablan, no parlotean, ni se comunican así que voy a taparlas con dos plantas carnívoras. Ahora mismo las escucho roer el plástico...